(esto lo escribi hace un par d meses)
Creo que nunca había tenido tanta repulsión a hablar acerca de la muerte. Mejor dicho: a hablar de MI muerte. La muerte no me importa, es algo que pasa, y que no entiendo. Mi muerte es parecida a “la” muerte, pero se diferencia en algo: me pasará a mi, y no a otro. La muerte es un concepto que todos podemos entender, como imágenes proyectadas con toda esperanza, diseñando nuestro Edén personal. La muerte puede ser pensada, pero cuando pasamos de pensar a la muerte, y pensamos en la muerte propia el sinsentido toma nuestra mano, y la pluma escribe cosas que no queremos. De hecho, no quiero hablar del tema.
Pienso en mis gustos, mis responsabilidades, pienso en mis pares, en mis parientes. Pienso en lo que suelo hacer, en mis estudios, en mis libros, mis bares favoritos. Pienso en la cerveza más rica, en mi equipo de fútbol, en mis inclinaciones políticas, en mis inclinaciones sexuales, en mis costumbres. Pienso en muchas cosas más. Sin embargo, nada de eso llena el vacío del que vine, y hacia el cual me dirijo.
Es como un baúl con un resorte muy firme en el fondo. Vamos metiendo cosas a la fuerza. Llega un punto en que siempre metemos lo mismo, por lo cual el baúl ni siquiera
cuenta como un nuevo espacio ocupado. Finalmente, somos viejos, el resorte supera la fuerza que tenemos, y las cosas se van yendo, olvidando, perdiendo en un camino cuyo empedrado se deshace, cuya tierra se moja y se vuelve lodo, y así nos enterramos, o nos entierran. Solos y despojados de toda riqueza espiritual o material.
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